Orlando Silva Silva itibaren Maloye Zaborovye, Novgorodskaya oblast', Rusya, 174766
Mi entrada al colegio empezó con una exclusión. La profesora (Amparo, aún recuerdo su nombre) dibujaba en el tablero círculos y líneas y preguntaba al curso: “esta es la…?” Yo levantaba la mano sin pensarlo y gritaba “¡A!”, y luego: “y esta es la…?”, el grito salía cada vez más fuerte “¡B!” Amparo se detuvo, dejó la clase por un momento, me tomó de la mano y me llevó al fondo del salón. Hizo que me sentara sobre un cojín rojo que llamábamos “El Señor Rectángulo” y dejó a mi lado una torre de cómics. “Ya sabes leer al parecer -me dijo- entonces, mientras tus compañeros aprenden, tú practicas con estas historietas.” Así fue como pasé un año entero de mi vida de viñeta en viñeta, saltando del Coyote a Supermán y de Rarotonga a Águila Solitaria. Si bien no conocía bien a mis compañeros de salón, ni hacía trabajos con ellos, aprendí a conocer y amar los cómics. Lo interesante de todo el asunto es que los cómics no eran consecutivos: pasaba del 14 al 52, así que debía imaginarme todo lo que ocurría entre ellos: empecé a imaginar historias con personajes ajenos. Después de eso, nunca dejé de leer cómics. De cuando en vez aparecía una novela gráfica que me llevaba de nuevo a esa sensación de volver a la época de cuando tenía un año entero para perderme entre viñetas, bocadillos y dibujos. Fue así como ahora llegó a mi vida un ícono inolvidable: El Eternauta. Hablar del texto de Osterheld es complicado: el eternauta tiene esa importancia icónica de Perón, Maradona o El Ché. Pero es justo eso lo que lo hace más interesante: ¿cómo un personaje de cómic logra convertirse en el ícono prototípico de la Resistencia? Bajo un argumento bélico y con altas dosis de estrategia militar, El Eternauta logra desarrollar la idea fija de la unión de los pequeños y la importancia de los valores individuales en pro de lo comunal. Si bien es posible encontrar, en la novela, algunos de los errores más comunes de los cómics, hay que entender esos errores observando el contexto en que fue realizado (1957-1959). En Estados Unidos aún no aparecía Marvel Cómics (con ese nombre al menos) y D.C. estaba en la crisis de la postguerra: aún no aparecían héroes con poderes sobrenaturales. Y es justo eso lo que produce una identificación cercana con el eternauta, no tenemos ante nosotros un héroe lejano y extraño, sino una persona normal con esposa, hija, que juega truco con sus amigos y que tiene un nombre común: Juan Salvo. Pero desplazándose aún más, el héroe tampoco es Juan Salvo, el héroe es “la comunidad”. Similar a algunos tratamientos argumentales de la obra de Tolkien, la unión comunitaria logra el protagonismo al enfrentare a una fuerza inenarrable y poderosa pero única-monolítica. Otro plus de la obra es claramente la posibilidad de encontrar referencias espaciales específicas como el Monumental de River, la Avenida Las Heras, las Barracas de Belgrano o la Plaza Congreso. Por primera vez pude imaginar que los extraterrestres podían estar en los cielos suramericanos y no se empeñaban en destruir la torre Eiffel y la Casa Blanca. Además del plano argumental, es imprescindible hablar de la gran cantidad de referencias explícitas e implícitas a la crítica política hecha por Oesterheld. Como se sabe, la constante producción crítica del guionista llevó a que –lamentablemente- se convirtiera en uno de los desaparecidos por la dictadura en 1976. Si bien hay una importante aparición de los militares dentro de la novela, éstos dejan su lugar en la batalla a los civiles, a los que utilizan como carne de cañón pero que tienen el poder del apoyo mutuo. Es interesante que dicho apoyo se convierte en una actitud “contagiosa” y que iguala posteriormente a civiles y militares en un conjunto homogéneo. Cosa contraria ocurre con los “malos” de la historia, otro de los aciertos por parte de Solano. Cascarudos, Manos y Gurbos, están dibujados con gran maestría y causan los grados adecuados de terror, (in)humanidad y misterio. Hay momentos en que la gigante novela de Oesterheld se convierte en tediosa, dado que utiliza la clásica técnica de tensión que por momentos cansa también en Lovecraft. Más de tres o cuatro veces, el narrador interrumpe con un: “pero eso no sería lo peor, después nos pasaría algo aún más terrible”. Que en la página 300 llega a convertirse en algo monótono. Pero repito: a las luces de la época, la propuesta de Oesterheld/Solano es monumental y extraordinaria. No es el eternauta una obra que se pueda comparar con las novelas gráficas actuales y su gran valía es justamente la inclusión de nuevos lenguajes en el cómic y el convertirse en la novela gráfica más importante que se ha producido en toda Suramérica. Al terminar de leer El Eternauta, quise leer el libro 2, continuación de las aventuras del viajero de la eternidad. Recordé los proyectos gráficos de mis amigos como los guerrilleros zombies o el muerto que volvía para hacer justicia con sus propias manos y que tenía la voz de Waldo Urrego. Me di cuenta de las grandes posibilidades del cómic como arte para nombrar los problemas cotidianos y actuales. Me enamoré del cómic de nuevo y me sentí otra vez, como no lo hacía desde hacía mucho, ese niño que leía historietas al final del salón y que se llevó a casa, para no olvidar ese momento extraordinario (y como regalo de consolación por parte de la profe Amparo) al Señor Rectángulo. Amigo fiel que me acompañaría cuando, tiempo después, veía los primeros capítulos de la Dimensión Desconocida y leía mis primeros libros de ciencia ficción.